martes, 2 de febrero de 2010

Lo Que el Viento Trae



Através de Uluru Mountain, únicamente se refiltraba el aire seco y denso del desierto. El cazador percibió olor de serpiente, venenosa y letal. Recogió el fango, se lo restregó por la cara, empuñó su lanza puntiaguda... Acudió donde la serpiente, pero ella se reafirmaba en sus movimientos más acordes, agresivos y lascivos. Y allí, delante de la nada el enfrentamiento fue mortal, en un giro inesperado la serpiente le recordó lo fuerte y poderosa que podía llegar ser. Le mordió, sí, letal.
El veneno recorrió cada centímetro de sus venas, de su sangre, su sudor era frío, lleno de temor, la respiración lenta, pupilas dilatadas. El guerrero sabía que había llegado su hora. Entonces rezó a la madre naturaleza y allí murió, con ella, con sufrimiento, pero su legado de valentía retornaría en el tiempo, sus conocimientos ya habían sido comunicados. No necesitaba nada más. Y todo acabó. El desierto no perdona a nadie, y el veneno de la serpiente tampoco. Las picadas emocionales añoran el abrazo de quien nos quiere. Eso debió pensar el guerrero.

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